WONDER WOMAN: FINAL
Cuando el hombre uniformado de negro
abre la gran puerta de madera, agradece la decisión de su jefe de
haber detenido a Domenika. De haber sido destruida, difícilmente se
contaría en el mundo con una colección tan inmensa y valiosa de
libros como la que tenía frente a sus ojos. Después del incendio
que acabó con la Biblioteca de Alejandría, el ser humano había
aprendido algo, por eso, esta vez no se podía cometer el mismo
error. Empotrado en estantes de la mejor madera, el archivo de las
amazonas se extendía por casi una manzana de diámetro, para
terminar hacia el final en enormes ventanales con vista al mar. Sólo
el espectáculo que contemplaron a continuación pudo reducir el
impacto de lo anterior: a medida que investigaban las dependencias
del palacio, llegaron a un portón de metal que llevaba engarzado un
águila de oro; detrás de él, una colección de tesoros y obras de
arte se ubicaban armoniosamente distribuidos en la sala dorada.
Ciertamente, Themischira había sido
por siglos un centro de cultura que las amazonas intentaron proteger
de la ambición y el desorden del hombre. Psycho, fascinado por el
descubrimiento, había planeado durante años hacerse con el control
de la Isla. La generosa energía a la que estuvo expuesto por un
tiempo le permitió envejecer muy lentamente, por eso, la pérdida de
las fuerzas físicas no fue un obstáculo para que pudiera ejecutar
aquel plan que comenzó a idear durante la Segunda Guerra. Hitler
mismo hubiera dado su imperio por haberse apoderado de este paraíso
natural; años después, otro hombre de su época casi logra el
cometido.
Una partida de mercenarios llega ahora,
después de descender en lo que parece una habitación labrada en la
roca viva, a una puerta de bronce cuyo cerrojo destrozan con sus
autoritarias armas. En África, Diana había vuelto a su traje
militar, por eso, cuando la luz de las antorchas ilumina el lugar,
los sujetos se encuentran con piezas tan extrañas como bellas: sobre
una piedra rojiza descansan una tiara, un par de brazaletes y un lazo
dorado. Títulos
Los guardias que quedan en el interior
del refugio casi no ofrecen resistencia a los marines que entran.
Steve, recorre ansioso el lugar en busca de sus compañeros. La
esperanza lo impulsa febrilmente escaleras abajo sin que dé señales
de cansancio. Por fin, cuando llega a una habitación cuya puerta se
encuentra derribada, Mark y Diana le salen al paso. Quizás es la
debilidad causada por los hechos, pero el punto es que la amazona
siente cierto dolor cuando Steve la abraza manifestando su alegría.
Después la mira, le corre un mechón de cabello que cae sobre su
rostro y le hace prometer que jamás desaparecerá de la misma
manera. Mark, que no espera el mismo espectáculo, también recibe
con alegría el caluroso saludo de amigo.
Junto a los investigadores se encuentra
Etta, que recoge en su computadora los datos que el doctor Psycho les
entrega. Sólo ella sonríe mientras mira a Diana cuando los expertos
se preguntan por qué el prisionero se muestra tan colaborador en el
interrogatorio. Las primeras preguntas se enfocan en la descripción
del lugar, ya que, a pesar de la información de inteligencia, no
están seguros de la extensión y las piezas del refugio. La
princesa, por su parte, espera ansiosa que el detenido complete su
confesión; por el apuro de ayudar a los soldados atacados por
cheeta, no pudo preguntarle al doctor acerca de los aviones que se
dirigían a Themischira. El doble entrenamiento militar que ha
recibido en su vida, no le permiten lanzarse sin más; sabe que
necesita de algunos datos antes de encaminarse hacia su Isla.
La fortaleza de Hipólita le habilita
para moverse, a pesar de que la sobrecarga de energía ha empezado a
afectar su cuerpo. Por eso, en la oscuridad de su celda le pide a
Beau que la acompañe:
-¿A dónde mi Reina?
-Los que tenemos la responsabilidad de
guiar a los demás, debemos ciertamente consultar las decisiones,
pero aún así, por el bien de todas, hay cosas que no podemos
confiar a nadie. Por eso, ni siquiera Domenika, la primera consejera,
conoce esto- le contesta Hipólita mientras mueve una argolla en la
pared que activa un mecanismo que descubre un pasadizo secreto detrás
del muro de piedras.
La zona prohibida de la Isla es el
único lugar en el que una amazona no puede adentrarse, las razones
son varias, pero ahora los hombres armados que la invaden están por
descubrir algunas de ellas. Un grupo de amazonas ha logrado escapar
del ataque sorpresa, gracias a que Drusilla se encontraba en la
montaña del Valle de Hermes, desde donde pudo presenciar la entrada
de los intrusos a Themischira. Al poco tiempo, el grupo de mujeres
que pescaba era alertado, y junto a ellas, Donna; con lo que nacía
la posibilidad de una resistencia. Entre los rayos de sol que se
filtran débiles por el follaje, los caballos, se detienen en la
parte más densa del bosque; allí, las hijas de la Reina organizan
el inminente enfrentamiento.
-¿Está segura de que vendrán por
nosotras?- pregunta Donna a Drusilla que prepara su arco.
-Muy poco estuve en el mundo del
hombre, pero lo suficiente para reconocer que la guerra permanece en
sus corazones como en los siglos pasados- le responde su hermana sin
levantar la vista del arco que tensa entre sus manos.
En el palacio, el jefe de los
mercenarios se sirve de un licor cuando una flecha despedaza la
botella. El hombre gira y descubre a Hipólita ubicada en el medio de
la sala; sin embargo, su sorpresa mayor tiene lugar cuando dispara:
los proyectiles eléctricos han perdido el efecto sobre los
brazaletes, que se apoyan sobre una tela gomosa que reviste las
muñecas de la Reina. Beau se acerca por detrás y simplemente le
toca el hombro en señal de advertencia, pero sin hacer ningún otro
movimiento. El sujeto conoce demasiado la fuerza de su oponente como
para entablar una lucha, por eso, se sienta en una banqueta de mármol
y hace seña a los guardias que no intenten una defensa. En las
habitaciones y salas restantes, los demás individuos no corren con
la misma suerte. Bajo la fuerza de unas amazonas menos contenidas que
la Reina y Beau, los soldados vuelvan por el aire cuando no son
tomados por el cuello hasta que imploran perdón.
En el refugio de África, el
interrogatorio ha llegado al corazón del problema: una Isla
misteriosa en el medio del océano es la causa de todo el despliegue
del doctor Psycho.
-No hay nada- revela Etta mientras
consulta el satélite en su computadora- Ninguna señal de masa
terrestre en la zona que este hombre indica- Sin embargo, la oficial
Candy sabe muy bien porqué, la zona aparece con un ligero cambio en
la tonalidad de lo que sería agua.
-Al final de este pasillo, encontrarán
un ascensor- responde el doctor acuciado por la mano de Diana que
disimuladamente lleva el lazo en su mano- el mismo los llevará hacia
una habitación subterránea, allí pueden encontrar toda la
información. El código lo llevo escrito en mis anteojos.
La princesa de Themischira casi no
puede disimular su ansiedad cuando descienden al lugar. Ella mejor
que nadie sabe que tiene que evitar que el material llegue a manos de
los hombres, aún de los buenos. Por eso, inusualmente, lidera la
comitiva. Mientras tanto, en la sala de interrogación, Etta ha
quedado detenida en el gesto del doctor Psycho en el momento final de
la confesión. Cuando se acerca a preguntarle porque ha sonreído, él
le responde que la moción a decir la verdad que sentía en el
interior no lo obligaba a responder lo que no le preguntaban; por eso
disfruta pensando en el final ya inevitable de todo. Etta Candy casi
tiene que golpear al guardia que se ha quedado en la puerta del
ascensor, para que la deje entrar. Sólo cuando a gritos, empieza a
decir que es una trampa, el soldado mismo la acompaña desesperado
para advertir al grupo. Abajo la explosión ha sucedido.
Solo para quien hubiera podido seguir
por fracciones de segundo la escena, se habrían hecho claros todos
los acontecimientos: en el mismo momento en que el oído de Diana
registraba el grito de Etta, su ojo descubría el contador
electrónico que anunciaba la trampa que acababan de activar. Con la
explosión en curso, su mente, su corazón y su cuerpo -en una unidad
única- pesaron las posibilidades con las que contaba antes del
final. Si su cuerpo se impulsaba hacia afuera junto con el de Steve,
habría sido fatal para ambos; por eso, sólo cabía una acción, que
aunque a ella le costara la vida, se la salvaría al único hombre
que había amado: mientras la explosión la envolvía junto con el
resto del equipo, su brazo poderoso empujó lejos al Coronel Trevor
que cayó cinco metros fuera de la pequeña habitación. Entonces lo
inesperado ocurrió: para que la energía de Themischira se active,
la amazona tiene que romper ciertas fuerzas de gravedad con un giro o
golpeando sus muñecas. Pero esta vez, sin embargo, el ímpetu de un
corazón entregado, llegó a todas las partes del cuerpo de la
princesa, rompiendo con ello, el equilibrio que mantenía la energía
fuera de ella. Y, en el mismo instante en que la onda expansiva
encerraba a la princesa, la descarga proveniente de la Isla la
aislaba íntegramente de ella. En la Isla, los soldados que
intentaban romper el duro cristal que protegía los brazaletes la
tiara y el lazo, se quedaron de una pieza cuando un centelleo que los
cegaba, arrastraba tras de sí los objetos con los que querían
hacerse. En África, debajo de los escombros una mano cerrada se
abría camino y los levantaba; la Mujer Maravilla salía de en medio
del derrumbe con una fuerza completamente renovada.
Las armas son verdaderamente complejas
y poderosas. A la electricidad de los proyectiles se suma los gases
especiales que son arrojados en medio del follaje. Aún así, la
habilidad de lucha adquirida durante siglos hace la diferencia a
favor de las amazonas. Desde los árboles, las flechas no sólo
llueven inesperadamente, sino que llevan impresas una dirección
infalible hacia el blanco. Donde no es posible el ataque armado, la
lucha cuerpo a cuerpo lo suplanta; y, los grupos apostados en zonas
más infranqueables, tienen que huir por los animales aterradores que
les salen al encuentro. No es cuestión de armas frente a estos
últimos; el tamaño la velocidad y la ferocidad de las bestias que
los cercan, ocasionan, también en poco tiempo, una desbandada.
El final para los atacantes parece
inevitable, por eso, el último recurso aparece en el cielo revestido
de color negro. Una veintena de aviones rodean los edificios de
Themischira y abren fuego sin piedad, ni siquiera para sus compañeros
prisioneros que se encuentran debajo. Las construcciones, obras de
arte arquitectónica que llevan siglos erigiéndose entre la
geografía de la Isla, comienzan a desmoronarse en el medio de un
humo espantoso. Pero entonces, cuando una de las naves se sitúa
frente al palacio dispuesto a dispararle, pierde bruscamente su ala
derecha, arrancada por un bólido de viento que la atraviesa. A Diana
no le toma demasiado tiempo derribar a los primeros cincos aparatos.
Los demás no logran entender la procedencia de los disparos. Ni el
equipo de sus naves, ni la simple visión pueden identificar el avión
invisible que sobrevuela el cielo de Themischira. Algunos deciden
aterrizar forzados por la situación, otros se empeñan en el ataque.
El último de ellos descubre finalmente el rostro de la amazona: En
caída libre hacia el parque principal del palacio, un lazo dorado
rodea el avión y lo frena evitando que se estrelle y estalle en el
medio; arrastrándolo hacia arriba lo suelta en el mar, y al saltar,
el piloto logra ver una mujer vestida de rojo y azul, que recoge su
lazo y pasa veloz sobre el agua, suspendida en la nada.
A pesar de las heridas que tenía,
fueron necesarios cinco hombres para evitar que Steve se lanzara
hacia la habitación que ardía frente a él. En los brazos de Etta,
arrodillado en el suelo, no podía entender que hubiera perdido a
Diana para siempre. Sabía que le había salvado la vida. Por eso la
amaba más todavía, por eso el dolor se extendía por toda su alma
sin que hubiera manera de expulsarlo. Entre los escombros, Mark
Jason, recogía los anteojos de Diana, y le contaba a Etta que la
oficial Prince, en él también había confiado.
En Washington las noticias de la misión
llegan a una prisión militar, al interior de una celda donde Helena
Circe aguarda su juicio.
-Ahora es mi turno- expresa sin mover
casi los labios, mientras sus ojos se ponen de un violeta intenso.
Frente a un acantilado, en la montaña
más alta de la Isla, desde donde se tiene una visión impresionante
del océano, Diana contempla la puesta del sol, mientras Hipólita se
le acerca.
-Necesitamos revisar cómo acercarnos
al mundo exterior- le dice la madre a la hija- Pero no serás tú
quién encabece la empresa- y después de unos segundos agrega- Los
hombres siguen siendo un enigma para nosotras. Ya he visto como los
que se nos han acercado han terminado oscureciendo el corazón de mis
hijas.
La princesa de Themishira no le
contestó nada, y la Reina, arrepentida de sus últimas palabras, se
retiró dejándola sola. Sabía muy bien que con su hija mayor había
sido injusta. Indudablemente, el odio la envidia y el egoísmo
afectan la naturaleza de una amazona en contacto con el mundo
exterior, pero el amor verdadero, por el contrario, la embellece, por
fuera y por dentro. Diana inmóvil, permanecía con la mirada perdida
en el horizonte mientras dejaba que su cabello ondeara movido por el
viento; el sol proyectaba los últimos rayos sobre la primer Mujer
Maravilla, que se mostraba frente al mar, más hermosa que nunca.
FIN.
Gracias de corazón a todos los que me
acompañaron. Aunque no los conozco, se que un mismo sentimiento
hacia la Mujer Maravilla nos une. Y, en algún sentido, eso me basta.
Tom Monroe.
NOS VEMOS
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